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  1. Cuarta Reunión (12 de diciembre de 2013)

    martes, 10 de diciembre de 2013

    La cuarta reunión de nuestro grupo llega en pleno Adviento. Es momento de preparación y conversión. Es un tiempo fuerte para situarnos a la luz del evangelio.
    ¿Cuál es la conversión a la que se nos llama? La conversión de volver a la raiz de nuestra Fe. Dejar hueco a Dios en nuestro día a día, encontrarnos con Jesús en la oración y renovar nuestro compromiso en la construcción del Reino de Dios. 
    El Reino de Dios es el proyecto de felicidad que Jesús descubrió para todos los hombres y mujeres. Hoy nos paramos a mirar ese proyecto para volver a ser los discípulos que colaboran con el maestro en su construcción y lo pueden hacer posible y real aqui y ahora.
    Miraremos cuatro puntos: 
    a) El proyecto humanizador de Jesús
    b) La compasión como principio de Acción
    c) Los Últimos han de ser los primeros
    d) Recuperar el Padre Nuestro como oración del Reino.

    Como podéis ver un tema amplio y muy rico, que encaja perfectamente con nuestro Adviento, que nos prepara para la Navidad ya tan próxima y que se resume perfectamente en una oración: El Padre Nuestro.


    Recuperar el proyecto del reino de Dios
    Muchos cristianos viven hoy su fe sin conocer el gran proyecto que tiene Dios de ir cambiando el mundo para hacer posible una vida más humana. Algunos ni siquiera han oído hablar de ese proyecto que Jesús llama «reino de Dios». No saben que la pasión que animó toda su vida, la razón de ser de toda su actividad, el objetivo de todos sus esfuerzos es anunciar y promover el proyecto humanizador del Padre, «buscar el reino de Dios y su justicia», trabajar para construir una vida más digna, más justa y más dichosa para todos. Esta es la tarea que confió a sus seguidores: «Anunciad el reino de Dios, abrid caminos a su justicia, curad la vida».
    Los cristianos hemos de recuperar el proyecto del reino de Dios. Ese proyecto anunciado e impulsado por Jesús es la razón de ser y el sentido último de la fe cristiana; el criterio para verificar la autenticidad de lo que hacemos en la Iglesia de Jesús. Por eso, la tentación más grave que nos amenaza a los cristianos es hacer de la Iglesia un «absoluto». Pensar que ella es el centro de todo, el fin último al que todo lo demás ha de quedar subordinado. Preocuparnos por los problemas que tenemos en la Iglesia y olvidarnos del sufrimiento que hay en el mundo. Olvidar el reino de Dios y su justicia, y buscar el bien de la Iglesia y su desarrollo.
    Por eso, hemos de agradecer a Pablo VI y a Juan Pablo II que, recogiendo el sentir del Concilio Vaticano II, hayan hecho dos afirmaciones básicas que no hemos de olvidar en estos momentos. El primero, reafirmando el carácter primordial del reino de Dios, decía así: «Solamente el reino es absoluto y el resto es relativo» (5 Evangelii nuntiandi 8.). El segundo, precisando la naturaleza de la Iglesia en relación con el reino de Dios, afirmaba: «La Iglesia no es ella misma su propio fin, pues está orientada al reino de Dios, del cual ella es germen, signo e instrumento» (6Redemptoris missio 18.).

    a) El proyecto humanizador de Dios
    Con una audacia desconocida, Jesús sorprende a todos anunciando algo que ningún profeta de Israel se había atrevido a declarar: «Ya está aquí Dios, con su fuerza creadora de justicia, tratando de reinar entre nosotros». El evangelista Marcos resume así su mensaje profetico: «El tiempo se ha cumplido. El reino de Dios está cerca. Convertíos y creed la Buena Noticia» (Me1,15). Empieza un tiempo nuevo. Dios no quiere quedarse lejos, dejándonos solos ante nuestros conflictos, sufrimientos y desafíos. Ese Dios, Amigo de la vida y Padre bueno de todos, quiere abrirse camino en el mundo para construir, con nosotros y junto a nosotros, una vida más humana. No es verdad que la historia tenga que discurrir inevitablemente por caminos de injusticia y sufrimiento. Hay alternativas. Dios está comprometido en promover un mundo diferente y mejor. Hemos de convertirnos a este Dios que está siempre llegando a nuestra vida: cambiar de manera de pensar y de actuar. Entrar en la lógica y la dinámica del reino de Dios. El Padre no puede cambiar el mundo si nosotros no cambiamos. Su voluntad de hacer un mundo diferente se va haciendo realidad en nuestra respuesta. Hemos de despertar nuestra responsabilidad. Es posible dar una nueva dirección a la historia, pues Dios nos está atrayendo hacia un mundo más humano. Hemos de tomar en serio esta Buena Noticia de Dios. Creer en el poder transformador del ser humano, atraído por Dios hacia una vida más digna. No estamos solos. Dios está sosteniendo también hoy el clamor de los que sufren y la indignación de los que trabajan por la justicia.
    El centro de la actividad profética de Jesús no lo ocupa propiamente Dios, sino «el reino de Dios», pues Jesús no separa nunca a Dios de su proyecto de transformar el mundo. Desde ese horizonte vive Jesús su misión. Desde ese horizonte llama a sus discípulos a anunciar y abrir caminos al reinado de Dios. Por eso no les invita simplemente a buscar a Dios, sino a «buscar primero el reino de Dios y su justicia» (Mt 6,33). No los llama a convertirse a Dios, les pide «entrar» en el reino de Dios (Mt 18,3).
    Este «reino de Dios» no es una religión. Es mucho más. Va más allá de las creencias, preceptos y ritos de cualquier religión. Es una experiencia de Dios, vinculada a Jesús, que lo resitúa todo de manera nueva. Si de Jesús nace una nueva religión, como de hecho sucedió, tendrá que ser una religión al servicio del «reino de Dios». Por ello, al confiar su misión a sus discípulos, Jesús no los envía a promover una religión. Invariablemente les habla de una doble tarea: «Id y anunciad el reino de Dios», «id y curad» (7 Mt 10,7-8; Lc 9,2; 10,8-9.).
    Lo sorprendente es que Jesús nunca explica propiamente qué es el «reino de Dios». Lo que hace es sugerir, con parábolas inolvidables, cómo actúa Dios y cómo sería el mundo si sus hijos e hijas actuaran como él; y mostrar, con su actuación de Profeta curador de enfermos, defensor de los pobres y amigo de pecadores, cómo cambiaría la vida si todos le siguieran. Podemos decir que «reino de Dios» es la vida tal como la quiere construir Dios y tal como de hecho la va transformando Jesús.
    Estos son los rasgos principales de ese reino: una vida de hermanos alentada por la compasión que tiene hacia todos el Padre del cielo; un mundo donde se busca la justicia y la dignidad para todo ser humano, empezando por los últimos; donde se acoge a todos, sin excluir a nadie de la convivencia y la solidaridad; donde se cura la vida liberando a las personas y a la sociedad entera de toda esclavitud deshumanizadora; donde la religión está al servicio de las personas, sobre todo de las más desvalidas y olvidadas; donde se vive acogiendo el perdón de Dios y dando gracias a su amor insondable de Padre.
    El reino de Dios está llegando, pero lo que espera el pueblo de Israel y el mismo Jesús para el final de los tiempos es mucho más que lo que pueden ver en las aldeas de Galilea. El reino de Dios está ya aquí, pero solo como «semilla» que se está sembrando en el mundo: un día se recogerá la «cosecha» final. El reino de Dios está ya trabajando secretamente la vida como un trozo de «levadura» oculto en la masa de harina: Dios hará que un día todo quede transformado. Jesús no duda nunca de este final bueno, ni siquiera en el momento de su ejecución. A pesar de todas las resistencias y fracasos que se produzcan, Dios hará realidad esa utopía tan vieja como el corazón humano: la desaparición del mal, de la injusticia y de la muerte. El Padre celebrará la fiesta final con sus hijos e hijas, y secará para siempre las lágrimas de sus ojos.

    b) La compasión como principio de acción
    Lo que define a ese Dios que quiere reinar en el mundo no es el poder, sino la compasión. No viene a imponerse y dominar al ser humano. Se acerca para hacer nuestra vida más digna y dichosa. Esta es la experiencia que comunica Jesús en sus parábolas más conmovedoras (8 Cf. Las parábolas del padre bueno (Le 15,11-32), del dueño de la viña (Mt 20,1-15) y del fariseo y el recaudador que subieron al templo a orar (Lc 18,9-14).) y la que inspira toda su trayectoria al servicio del reino de Dios. Jesús no puede experimentar a Dios por encima o al margen del sufrimiento humano.
    La compasión es el modo de ser de Dios, su forma de mirar al mundo, lo que le mueve a hacerlo más humano y habitable.
    Es precisamente esta compasión de Dios la que hace a Jesús tan sensible al sufrimiento y a la humillación de las gentes. Lo que lo atrae hacia las víctimas inocentes: los maltratados por la vida o por las injusticias de los poderosos. Su pasión por este Dios del reino se traduce en compasión por el ser humano. El Dios del templo, el Dios de la ley y del orden, del culto y del sábado, no hubiera podido generar su entrega a todos los dolientes.
    Desde su experiencia radical de la compasión, Jesús introduce en la historia un principio decisivo de acción: «Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo» (Lc 6,3 6) (9 Probablemente, Jesús propone el «principio de compasión» frente al «principio de santidad» que regía la espiritualidad del templo: «Sed santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo» (Lv 19,2),). La compasión es la fuerza que puede moverla historia hacia un futuro más humano. La compasión activa y solidaria es la gran ley de la dinámica del reino. La que nos ha de hacer reaccionar ante el clamor de los que sufren y movilizarnos para construir un mundo más justo y fraterno. Esta es la gran herencia de Jesús que los cristianos hemos de recuperar hoy.
    Lo primero es rescatar la compasión de una concepción sentimental y moralizante. No reducirla a asistencia caritativa ni obra de misericordia. En el mensaje y la actuación profética de Jesús subyace un grito de indignación absoluta: el sufrimiento de los inocentes ha de ser tomado en serio; no puede ser aceptado como algo normal, pues es inaceptable para Dios. Lo que Jesús está reclamando al pedirnos ser compasivos como el Padre es una manera nueva de relacionarnos con el sufrimiento injusto que hay en el mundo. Más allá de llamamientos morales o religiosos, está exigiendo que la compasión activa y solidaria penetre más y más en los fundamentos de la convivencia humana, erradicando o aliviando el sufrimiento y sus causas.
    La figura del «samaritano», en la parábola narrada por Jesús, es el modelo de quien vive imitando la compasión del Padre del cielo. El samaritano ve al herido del camino, se conmueve y se acerca a él: venda sus heridas, las cura con aceite y vino, lo monta sobre su propia cabalgadura, lo lleva a una posada, cuida de él, se compromete a pagar sus gastos... (Le 10,30-37). Este hombre no se pregunta si el herido es prójimo o no. No actúa movido por la obligación de cumplir un código religioso. La compasión no brota de la atención a la ley o del respeto a los derechos humanos. Se despierta en nosotros desde la mirada atenta a quien sufre. Esta percepción atenta y comprometida puede liberarnos de ideologías que bloquean nuestra compasión o de esquemas religiosos que nos permiten vivir con la conciencia tranquila, olvidados del sufrimiento de las víctimas.

    c) Los últimos han de ser los primeros
    Podemos decir que la primacía de los últimos inspiró siempre la actividad de Jesús al servicio del reino de Dios. Para él, los últimos son los primeros. Ser compasivos como el Padre exige buscar la justicia de Dios empezando por los últimos.
    Por eso a Jesús siempre lo vemos junto a los más necesitados: no con los ricos terratenientes de Séforis o Tiberíades, sino con los campesinos pobres de las aldeas de Galilea; no rodeado de gente sana y fuerte, sino junto a enfermos, leprosos y desquiciados; no comiendo solo entre amigos, sino sentado a la mesa con gente marginada social y religiosamente. Los primeros en experimentar esa vida más digna y liberada que Dios quiere para todos han de ser aquellos para los que la vida noes vida.
    Según el relato de Lucas, el Espíritu de Dios empuja a Jesús hacia los más pobres. En la sinagoga de Nazaret lo presenta aplicándose a sí mismo estas palabras del libro de Isaías: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido. Me ha enviado a anunciar a los pobres la Buena Noticia, a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor» (Le 4,16-22). Se habla aquí de cuatro grupos de personas: los «pobres», los «cautivos», los «ciegos» y los «oprimidos». Ellos resumen y simbolizan la primera preocupación de Jesús: los que lleva más dentro de su corazón. Nosotros hablamos de «democracia», «derechos humanos», «progreso», «Estado de bienestar»... Jesús sugiere empezar por rescatar la vida de los últimos, haciéndola más sana, más digna y más humana.
    Movido por ese Espíritu comienza a hablar en un lenguaje provocativo, original e inconfundible: las bienaventuranzas. Quiere dejar claro que los últimos son los predilectos de Dios. Son gritos que le salen de dentro al mirar la realidad desde la compasión de Dios. Ve cómo las familias se van quedando sin tierras al no poder defenderlas frente a los terratenientes, que presionan para cobrar sus deudas, y grita: «Dichosos los que os estáis quedando sin nada, porque de vosotros es el reino de Dios». Conoce de cerca la desnutrición y el hambre, sobre todo de niños y mujeres, y no puede reprimir su reacción: «Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque Dios os quiere ver saciados». Ve llorar de rabia e impotencia cuando los recaudadores se llevan lo mejor de sus cosechas, y grita: «Dichosos los que ahora lloráis, porque Dios os quiere ver riendo» (Le 6,20-21).
    Todo esto no significa, ahora mismo, el final del hambre y la miseria, pero sí una dignidad indestructible para las víctimas de abusos y atropellos. Ellos son los predilectos de Dios. Esto da a su dignidad una seriedad absoluta: «Los que no interesan a nadie son los que más interesan a Dios. Los que sobran en los imperios que construyen los poderosos tienen un lugar privilegiado en su corazón. Los que no tienen una religión que los defienda le tienen a Dios como Padre». En ninguna parte se está construyendo la vida tal como la quiere Dios si no es liberando a los últimos de su miseria y humillación. Nunca religión alguna será bendecida por Dios si vive de espaldas a ellos. Esto es acoger el «reino de Dios»: poner las religiones y las culturas, los pueblos y las políticas mirando hacia la dignidad y la liberación de los últimos.

    d) Recuperar el Padrenuestro como oración del reino
    El Padrenuestro es la oración que Jesús dejó en herencia a los suyos. La única que les enseñó para alimentar su identidad de seguidores suyos y colaboradores en el proyecto del reino de Dios. Desde muy pronto, el Padrenuestro se convirtió no solo en la oración más querida por los cristianos, sino en la plegaria litúrgica que identifica a la comunidad eclesial reunida en el nombre de Jesús. Por eso se les enseñaba a recitarla a los catecúmenos, antes de recibir el bautismo. Esta oración, pronunciada a solas y en comunidad, meditada e interiorizada una y otra vez en nuestro corazón, puede también hoy reavivar nuestra fe y nuestro compromiso por el reino de Dios. El Padrenuestro se pronuncia siempre en plural. Es una oración al Padre del cielo, al que oramos unidos a todos sus hijos e hijas que viven en el mundo. Comienza con una invocación confiada a Dios: Abbá, a la que siguen tres grandes anhelos centrados en el reino de Dios y cuatro gritos salidos desde las necesidades más básicas de la humanidad que no conoce todavía en plenitud el reino de Dios. El Padrenuestro nos descubre como ningún otro texto evangélico los sentimientos que guardaba Jesús en su corazón. Es la mejor síntesis del Evangelio -breviloquium Evangelii-, la oración que mejor nos va identificando con Jesús (Mt 6,9-13; Le 11,2-4.).
    «Santificado sea tu Nombre» de Padre. Que nadie lo ignore o desprecie. Que nadie lo profane violando la dignidad de tus hijos e hijas. Que sean desterrados los nombres de todos los dioses e ídolos que matan a tus pobres. Que todos bendigan tu nombre de Padre bueno.
    «Venga tu reino». Que se vaya abriendo camino en el mundo tu justicia, tu verdad y tu compasión. Que tu Buena Noticia les llegue ya a los últimos de la tierra. Que no reinen los ricos sobre los pobres, que los poderosos no abusen de los débiles, que los varones no maltraten a las mujeres. Que no demos a ningún César lo que es tuyo: tus pobres.
    «Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo». Que no encuentre tanta resistencia en nosotros. Que en la creación entera se haga lo que quieres tú, no lo que buscan los poderosos de la tierra. Que se vaya haciendo realidad lo que tú tienes decidido en tu corazón de Padre.
    «Danos hoy el pan de cada día». Que a nadie le falte pan. No te pedimos bienestar abundante para nosotros, solo pan para todos. Que los hambrientos de la tierra puedan comer; que tus pobres dejen de llorar y empiecen a reír, que lo podamos ver viviendo con dignidad.
    «Perdónanos nuestras deudas». Necesitamos tu perdón y tu misericordia. Estamos en deuda contigo: no respondemos a tu amor de Padre, no entramos en tu reino. Que tu perdón transforme nuestro corazón y nos haga vivir perdonándonos mutuamente. No queremos alimentar en nosotros resentimientos ni deseos de venganza.
    «No nos dejes-caer en la tentación». Somos débiles y estamos expuestos a peligros y crisis que pueden arruinar nuestra vida. Danos tu fuerza. No nos dejes caer en la tentación de rechazar tu reino y tu justicia.

    «Libéranos del mal». Rescátanos de lo que nos hace daño. Arráncanos de todo mal.

    A continuación os ofrecemos algunas preguntas para la reflexión:
    1.- ¿Hablamos entre nosotros del proyecto del reino de Dios al que Jesús dedicó su vida entera? ¿Por qué? 

    2.- ¿Cómo te sientes llamado a vivir esa compasión activa y solidaria hacia los últimos?¿Cómo te sientes llamado a crecer en la sensibilidad y el compromiso concreto como discípulo de Jesús?

    3.- ¿Crees que nuestras parroquias y comunidades cristianas tienen como objetivo abrir caminos al reino de Dios haciendo un mundo más humano, digno y dichoso para todos? ¿Cómo crees que es la actuación de nuestra parroquia hacia los que sufren con más dureza la crisis económica? ¿Y la nuestra personal? 

    4.- En este Adviento y rezando con Jesús el Padre Nuestro ¿qué llamada a la conversión escucho?

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