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  1. Tercera reunión (28 de noviembre de 2013)

    sábado, 23 de noviembre de 2013

    En nuestra tercera reunión queremos seguir avanzando en los fundamentos de nuestra Fe. En el último encuentro escuchamos que se nos invita a "volver a Galilea", a volver al encuentro con Jesús como el verdadero camino de fe que nos lleva a la felicidad: "la salvación".
    Si continuamos en la lectura del texto de Pagola vemos que se nos invita a profundizar en la experiencia de Dios que Jesús encarnó y transmitió: Mirar a Jesús es ver a Dios, creer en Jesús en creer en la Buena Noticia de Dios.




    ¿Y quién es el Dios de Jesús? ¿Quién es el Dios de la Buena Noticia que Él nos transmite con su vida y con su palabra?. 
    En el segundo capítulo del texto de Pagola vamos a ver que el Dios de Jesús es:
    a) El amigo de la vida
    b) El padre Bueno de todos
    c) El Dios del amor incondicional, del perdón que abraza y acoge sin límites.

    Para nosotros como creyentes es decisivo descubrir el rostro de Dios mirando a Jesús. Esta es la invitación para esta tercera reunión y está en este texto:

    Creer la Buena Noticia de Dios
    Son muchos los que hoy se sienten mal al oír hablar de Dios. Para ellos, Dios es cualquier cosa menos una Buena Noticia capaz de poner alegría en su vida. Pensar en él solo les trae malos recuerdos: en su interior se despierta la idea de un ser amenazador y exigente, que hace la vida más fastidiosa, incómoda y peligrosa. Poco a poco han prescindido de ese Dios abandonando toda comunicación con él. La fe ha quedado «reprimida» en su corazón. Hoy no saben si creen o no creen. Se han quedado sin caminos hacia Dios. Algunos desearían estar seguros de que no existe. Así podríamos todos saborear la vida con más libertad, sin tener siempre en el horizonte el enigma de ese Dios vigilante y juez que trata de imponernos su voluntad amenazándonos con castigos oscuros e inexplicables.
    En estos tiempos de profunda crisis de fe religiosa no basta creer en cualquier Dios. No es suficiente afirmar que Jesús es Dios. Es decisivo discernir cómo es el rostro de ese Dios que se encarna y revela en Jesús, sin confundirlo con cualquier «dios» elaborado por nosotros desde miedos, ambiciones o fantasmas que poco tienen que ver con la experiencia de Dios que vivió y contagió Jesús. ¿No ha llegado la hora de promover en el interior de la Iglesia la tarea apasionante de «aprender», a partir de Jesús, cómo es Dios, cómo nos siente y nos busca, y qué quiere para sus hijos e hijas?
    ¡Qué alegría se despertaría en no pocos si pudieran intuir en Jesús los rasgos de Dios!¡Cómo se encendería su fe si pudieran captar con ojos nuevos el rostro de Dios encarnado en Jesús! Muchos hombres y mujeres de fe débil, vacilante y casi apagada necesitan hoy escuchar la noticia de un Dios nuevo y bueno: el Dios de Jesucristo, que solo quiere una vida más digna y dichosa para todos, desde ahora y para siempre. Alguien les tiene que decir que ese Dios al que tanto temen no existe. Cualquier anuncio, predicación o catequesis sobre Dios que lleve al miedo, la desesperanza o el agobio es falso. Todo lo que impida acoger a Dios como gracia, liberación, perdón, alegría y fuerza para crecer como seres humanos no lleva dentro la Buena Noticia de Dios proclamada por Jesús.

    a) Dios, amigo de la vida 
    El relato evangélico más antiguo dice que Jesús caminaba por Galilea «proclamando la Buena Noticia de Dios» (Me 1,14). Si nos acercamos a él, enseguida veremos que, para Jesús, Dios no es un concepto abstracto, una bella teoría, sino una presencia amistosa y cercana que hace vivir y amar la vida intensamente. Jesús vive a Dios como el mejor amigo del ser humano: un Dios «Amigo de la vida». No ofrece a sus discípulos una información suplementaria acerca de Dios. Lo que contagia a todos es su experiencia de Dios como un «Misterio de bondad» que nos podría liberar de tantas ambigüedades con las que hemos oscurecido su rostro santo.
    Para Jesús, Dios no es alguien extraño que, desde lejos, controla el mundo y presiona nuestras pobres vidas. Es el Amigo que, desde dentro, comparte nuestra existencia y se convierte en la luz más clara y la fuerza más segura para enfrentarnos a la dureza de la vida y al misterio de la muerte. No es que Jesús exponga una doctrina de Dios cuyo contenido puede ser entendido como algo bueno. Es mucho más. Ciertamente, lo que Jesús sugiere de Dios en sus parábolas es una noticia buena para los campesinos de Galilea. Pero, además, su modo de vivir a Dios les hace bien: él mismo es una «parábola viviente» de ese Dios bueno. Su modo de actuar en nombre de Dios introduce algo bueno en sus vidas. Toda la existencia de Jesús hace presente la bondad de Dios. Lo que predica, lo que vive y lo que hace es captado como Buena Noticia de Dios por quienes lo encuentran en su camino.
    Jesús no discute acerca de Dios con ningún grupo judío. Todos creen en el mismo Dios, el Creador de los cielos y la tierra, el Liberador de su querido pueblo. ¿Dónde está la novedad de Jesús? Mientras los letrados de la Ley y los dirigentes religiosos asocian a Dios con la religión, Jesús lo vincula, sobre todo, con la vida. Los sectores más religiosos de Israel se sienten llamados por Dios a asegurar el culto del Templo, la observancia de la Ley o el cumplimiento del sábado. Jesús, por el contrario, se siente enviado por Dios a promover una vida más sana, digna y justa para todos sus hijos e hijas. El evangelio de Juan resume así toda su actividad: «Yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia» (Jn 10,10).
    Según Jesús, para Dios lo primero es la vida de las personas, no el culto; la curación de los enfermos, no el sábado; la reconciliación social, no las ofrendas que lleva cada uno hacia el altar del Templo; la acogida amistosa a los pecadores y el perdón sanador de Dios, no los ritos de expiación. Jesús pronunció un día unas palabras inolvidables: «El sábado ha sido instituido por amor al ser humano y no el ser humano por amor al sábado» (Me 2,27). El sistema religioso ha de estar al servicio de las personas. Una experiencia religiosa que va contra la vida digna y dichosa, o es falsa o ha sido entendida de manera errónea.
    Los campesinos de Galilea tuvieron que captar muy pronto la enorme diferencia que había entre Juan el Bautista y Jesús. La preocupación suprema del Bautista es el pecado. Toda su actuación gira en torno al pecado del pueblo: denuncia los pecados, llama a los pecadores a hacer penitencia ante la llegada inminente de un Dios juez y ofrece un bautismo de conversión y perdón a quienes acuden al Jordán. Así prepara a Israel a encontrarse con su Dios juez. El Bautista no cura a los enfermos, no toca la piel de los leprosos, no abraza a los niños de la calle, no se sienta a comer con pecadores, prostitutas e indeseables. No realiza gestos de bondad, no alivia el sufrimiento, no se entrega a hacer la vida más humana. No se sale de su misión estrictamente religiosa.
    Por el contrario, la primera mirada de Jesús se dirige al sufrimiento de las gentes más enfermas y desnutridas de Galilea, no a sus pecados. Anuncia a un Dios salvador y amigo realizando gestos de bondad. Su vida gira en torno al sufrimiento: bendice a los enfermos, libera a los leprosos de la marginación, abraza a los más pequeños y frágiles, libera a los poseídos por espíritus malignos, acoge a los pecadores despreciados por todos. Esto es lo nuevo. Jesús proclama a Dios curando la vida. Anuncia la salvación eterna sanando la vida actual. Este es el recuerdo que dejó Jesús: «Ungido por Dios con el Espíritu Santo y con poder, pasó por la vida haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él» (Hch 10,38). Este Dios que unge a Jesús con su Espíritu curador fue captado por sus seguidores no como el Dios juez predicado por el Bautista, sino como el Dios amigo de la vida que resucitó a Jesús de la muerte.
    Según los evangelistas, Jesús despide a los enfermos y pecadores con este saludo: «Vete en paz» (4 Mc 5,34; Lc 7,50; 8,48.), disfruta de la vida. Jesús les desea todo lo mejor: salud integral, bienestar, una convivencia dichosa en el hogar y en la aldea, una vida llena de las bendiciones de Dios. El término hebreo Shalom indica lo más opuesto a una vida indigna, desdichada, maltratada por las desgracias y los atropellos. Jesús libera a los seres humanos de la imagen opresora de Dios. Contagia a todos la experiencia de Dios como una fuerza contraria al mal, que solo quiere el bien, que se opone a lo que es malo y hace daño al ser humano.

    b) Dios, el Padre bueno de todos.
    No hay duda. Jesús vive seducido por la bondad de Dios. La realidad insondable de Dios, lo que nosotros no podemos pensar ni imaginar, Jesús lo capta como un Misterio de bondad, compasión y perdón. Dios es una Presencia buena que bendice la vida. Su solicitud, casi siempre misteriosa y velada, está presente envolviendo la existencia de sus criaturas. Como decía el gran teólogo Karl Rahner al final de su vida: «Por Jesús sabemos que Dios es bueno y nos quiere bien. No necesitamos saber mucho más».
    A ese Dios bueno Jesús lo invoca siempre como Padre. Lo llama Abbá, una expresión que en los hogares judíos utilizaban los niños pequeños al hablar con su padre. Jesús vive a Dios como alguien tan cercano, bueno y entrañable que, al comunicarse con él, le viene espontáneamente a los labios esa palabra cariñosa: Abbá, «Padre querido». No encuentra una expresión mejor.
    Ese Padre bueno es un Dios cercano y accesible a todos. Cualquiera puede comunicarse con él desde el secreto de su corazón. Él habla a cada uno sin pronunciar palabras humanas. Él atrae a todos hacia lo que es bueno y nos hace bien. Los sencillos lo conocen mejor que los entendidos. Para encontrarse con él no son necesarias liturgias complicadas como la del Templo. Basta encerrarse en un aposento y dialogar con él en lo secreto. Dios no está confinado en ningún lugar sagrado. No es necesario peregrinar a Jerusalén ni subir al monte Garizín. Desde cualquier lugar y en cualquier momento del día o de la noche es posible levantar los ojos al Padre del cielo. Jesús invita a todos a confiar en su bondad: «Cuando oréis, decid: "¡Padre!"» (Le 11,2).
    Ese Padre, bueno y cercano, es de todos. Busca a sus hijos e hijas allí donde están, aunque se encuentren perdidos, aunque vivan de espaldas a él. Nadie es insignificante a sus ojos. A nadie da por perdido. Nadie está huérfano. Nadie camina olvidado y solo. Según Jesús, Dios «hace salir su sol sobre buenos y malos; manda la lluvia sobre justos e injustos» (Mt 5,43). El sol y la lluvia son de todos. Dios los ofrece como regalo, rompiendo nuestra tendencia a discriminar a quienes nos parecen indignos. Dios no es propiedad de los buenos.
    Impulsado por el Espíritu de ese Dios, Jesús acoge a los excluidos de la Alianza y a los olvidados por la religión. No puede ser de otra manera. Jesús capta a Dios como un Padre que tiene en su corazón un proyecto: crear una gran familia humana en la que no haya santos que condenan a pecadores, puros que separan a impuros, hijos de Abrahán que excluyen a paganos... Dios no bendice la exclusión ni la discriminación, sino la comunión fraterna. Dios no separa ni excomulga; Dios abraza y acoge. Es un error pretender construir la comunidad de Jesús excluyendo a quienes a nosotros nos parecen indignos. No responde a la Buena Noticia de Dios proclamada por Jesús. El gesto que más escándalo provocó fue su amistad con pecadores. Nunca había ocurrido algo parecido en Israel. Ningún profeta se había acercado a ellos con esa actitud de respeto, acogida y amistad. Lo que más irritaba era verlo comiendo con toda clase de gentes alejadas de Dios: pecadores, recaudadores, prostitutas e indeseables. ¿Cómo puede un hombre de Dios aceptarlos a su mesa sin exigirles previamente algún tipo de conversión? Su gesto desencadenó una reacción inmediata contra él: «Ahí tenéis, un comilón y borracho, amigo de pecadores» (Le 7,34).Jesús no hace caso de las críticas. Contesta con un refrán: «No necesitan médico los sanos, sino los enfermos» (Me 2,17). Aquellos hombres y mujeres tan alejados de Dios son los primeros que han de sentirse acogidos por él. Jesús no los envía a purificarse en las aguas del Jordán ni a ofrecer sacrificios de expiación en el Templo. Con su acogida amistosa los va curando por dentro: los libera de la vergüenza y la humillación; despierta en ellos la dignidad; les contagia su paz y su confianza en Dios. Nada han de temer. Conoce bien al Padre. Sabe que es como un pastor loco que lo arriesga todo por buscar a su oveja perdida: el Padre no espera a que sus hijos e hijas cambien para dar el primer paso y ofrecerles el perdón.
    Nadie ha realizado en esta tierra un signo más cargado de esperanza, más gratuito y más absoluto del perdón de Dios. Su mensaje sigue resonando todavía hoy para quien lo escuche en su corazón: «Cuando os veáis rechazados por la sociedad, sabed que Dios os acoge y defiende. Cuando os sintáis juzgados por la religión, sentíos comprendidos por Dios. Cuando nadie os perdone vuestra indignidad, confiad en su perdón inagotable. No lo merecéis. Pero Dios es así: amor y perdón».

    c) Parábola para nuestros días.
    En ninguna otra parábola ha logrado Jesús sugerirnos con tanta hondura el misterio de Dios y el enigma de la condición humana como en la llamada «parábola del padre bueno», narrada en el evangelio de Lucas (Le 15,11-32). Ninguna es tan actual para nuestros tiempos. El hijo menor dice a su padre: «Dame la parte que me toca de la herencia». Al reclamarla está pidiendo de alguna manera la muerte de su padre. Quiere ser libre. No será dichoso hasta que su padre desaparezca de su vida. El padre accede sin decir palabra: el hijo podrá elegir libremente su camino.
    ¿No sucede hoy algo de esto entre nosotros? No pocos quieren verse libres de Dios, ser felices sin la presencia de un Padre eterno en su horizonte. Dios ha de desaparecer de la sociedad y de las conciencias. Y, lo mismo que en la parábola, el Padre guarda silencio. Dios respeta al ser humano.
    El hijo se marcha a «un país lejano». Quiere vivir lejos de su padre y de su familia. El padre lo ve partir, pero no lo abandona; su amor de padre lo acompaña; cada mañana lo estará esperando. La sociedad moderna se va alejando más y más de Dios, de su nombre, de su recuerdo... ¿No está Dios acompañándonos mientras lo vamos perdiendo de vista?
    Pronto se instala el hijo en una «vida desordenada». El término original no sugiere solo un desorden moral, sino una existencia insana, desquiciada y caótica. Al poco tiempo, su aventura empieza a convertirse en drama. Sobreviene un «hambre terrible» y solo sobrevive cuidando cerdos, como esclavo de un extraño. Sus palabras revelan su tragedia: «Yo aquí me muero de hambre». El vacío interior y el hambre de amor pueden ser los primeros signos de nuestra lejanía de Dios. No es fácil el camino hacia la libertad. ¿Qué nos falta? ¿En qué nos estamos equivocando? ¿Qué podría llenar nuestro corazón? Lo tenemos casi todo, ¿por qué sentimos hambre? El joven «entró dentro de sí mismo» y, ahondando en su propio vacío, recordó el rostro del padre, asociado a la abundancia de pan: en casa de mi padre «tienen pan» y aquí «yo me muero de hambre». En su interior se despierta el deseo de una libertad nueva junto a su padre. Reconoce su error y toma una decisión: «Me pondré en camino y volveré a mi padre».
    Cuando el padre ve llegar a su hijo hambriento y humillado, «se conmueve hasta las entrañas», corre a su encuentro, lo abraza y besa efusivamente, como una madre. Interrumpe la confesión del hijo para ahorrarle más humillaciones. No le exige un rito de purificación, no le impone castigo alguno, no le pone ninguna condición para acogerlo de nuevo en su casa. Le regalala dignidad de hijo: el anillo de casa y el mejor vestido. Ofrece al pueblo una gran fiesta: banquete, música y baile. El hijo ha de conocer junto a su padre la vida digna y dichosa que no ha podido disfrutar lejos de él. Esta acogida nos sugiere el amor de Dios mejor que muchos libros de teología. Cuando Dios es percibido como poder absoluto que se impone por la fuerza de su ley, emerge una religión regida por el miedo, el rigorismo, los méritos y castigos. Este Dios es una mala noticia: muchos lo abandonarán. Por el contrario, cuando Dios es experimentado como bueno, cercano, liberador y perdonador, nace una religión alentada por la confianza, el gozo, la respuesta agradecida y la acción de gracias. Este Dios es Buena Noticia. No aterra por su poder, atrae por su bondad, seduce por su fuerza salvadora. En el mensaje de Jesús subyace una promesa: Dios es para los que tienen necesidad de que exista y sea bueno.

    A continuación os ofrecemos algunas preguntas para la reflexión:
    1.- ¿Crees que en las comunidades cristianas conocemos, vivimos y celebramos la experiencia del Dios bueno que vivió y contagió Jesús? Indica signos positivos o negativos y señala las causas. ¿De qué forma participo yo en esta experiencia?

    2.- ¿Qué rasgos del Dios que descubrimos en Jesús te parecen hoy más necesarios cuidar y destacar? ¿Por qué? ¿Qué imagen de Dios transmito yo como cristiano con mi vida y testimonio?

    3.- ¿Qué pasos concretos podemos dar en nuestras parroquias y comunidades para conocer mejor el rostro de Dios a partir de Jesús? ¿Qué iniciativas podemos promover para aprender a orar mejor a solas y en grupo?

    Evita respuestas de "tipo estandar", aquellas que "flotan en el ambiente", que ponen en nuestra cabeza los medios de comunicación o que hemos heredado sin saber por qué. Tampoco buscamos aquellas respuestas que sabemos que sonarán bien. Es mejor intentar ser sincero y concreto, buscar la verdad y profundizar en lo más personal y auténtico de nosotros mismos. 

    Nos vemos el jueves. Buena semana...